Una deuda saldada

El guitarrista David “Honeboy” Edwards fue de los últimos sobrevivientes del blues de la década de 1930. Falleció el 30 de agosto de 2011, a los 96 años, en Chicago. Nació en 1915 y creció en un Mississippi segregado y, aunque era hijo de un agricultor, nunca trabajó en el campo.
Desde muy joven, Edwards encontró que su camino era la música y por eso se juntó con sus mayores (Robert Johnson, Son House) para seguir sus pasos errantes y forjarse una historia en el blues.
The world don’t owe me nothing: The life and times of Delta bluesman Honeyboy Edwards” es la memoria de un artista que pasó por momentos difíciles, pero que supo sobreponerse ante las adversidades para surgir siempre como un músico que era capaz de surgir a partir de la simplicidad de las melodías que cantaba, un sonido que, en muchas ocasiones, era tan crudo como su vida misma.
El libro tiene una gracia particular, llena de ritmo, como las mejores canciones de Edwards. Están las historias con sus mejores amigos, los lazos establecidos con los armonicistas Little Walter Jacobs y Big Walter Horton, narradas de primera mano por el buen juglar que fue “Honeyboy”.
The world don’t owe me nothing: The life and times of Delta bluesman Honeyboy Edwards” ofrece la perspectiva única del bluesman itinerante que fue testigo de muchos de los acontecimientos que narran las principales canciones de blues, que plantó las semillas de una música rural que con el tiempo se desarrolló en las grandes ciudades.
A pesar de que el blues tomó un camino eléctrico, “Honeyboy” Edwards permaneció fiel a la tradición, honrando su sencillez. Decía que el blues debía ser lento y que, como en muchas músicas, alcanzaba más profundidad mientras menos notas se tocaran.
El mundo no le debe nada a David “Honeyboy” Edwards y el guitarrista tampoco le debe nada al mundo. Fue una deuda saldada a punta de música.
The world don’t owe me nothing: the life and times of Delta bluesman David Honeboy Edwards; David Honeyboy Edwards; Chicago Review Press; 1997; 304 páginas

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